

Congregación Hermanas Salesianas Sagrado Corazon de Jesus
Cada vez que los discípulos se juntaban, les gustaba compartir el pan y el vino y repetir aquellas palabras de Jesús. El pan y el vino adquirían una nueva dimensión y un nuevo significado. Jesús y su Reino se hacían presentes en medio de ellos. Hacer memoria de aquella última cena les daba fuerzas y les hacía sentirse comprometidos para anunciar la buena nueva del Reino a todos los hombres y mujeres de su mundo. Les forzaba a trabajar por un mundo más justo y más humano, más hermano y más solidario. Daban gracias juntos, compartían su fe, escuchaban la Palabra, compartían el pan y el vino. Lo hacían en la intimidad de sus casas, en pequeñas reuniones de creyentes. Era la celebración central de su fe.
Hoy seguimos celebrando la Eucaristía. Escuchamos la Palabra, compartimos la fe, comulgamos el Pan y el Vino, hacemos memoria de Jesús Resucitado. Y salimos a la calle a seguir celebrando la Eucaristía con todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. A compartir con ellos el pan y el vino de la vida diaria, de la justicia, del perdón, de la reconciliación, de la fraternidad. A tender la mano al hermano y cerrar el círculo del Reino, de los Hijos e Hijas de Dios, en donde nadie está excluido y todos son acogidos en el amor y la misericordia de Dios Padre.
Hoy la Eucaristía sigue siendo promesa de vida, fuente de esperanza, lugar de fraternidad, encuentro con Jesús y tantas otras cosas más, que nos hacen vivir en plenitud y ser más felices.
Pentecostés es el viento y el fuego del Espíritu que quema y destruye, que calienta y transforma, que abre las ventanas y envía a los discípulos al mundo, a predicar la buena nueva de que Dios no está contra nosotros sino a favor nuestro, de nuestra vida, de nuestra esperanza. El viento del Espíritu crea la Iglesia, guía a la Iglesia, da fuerza, sostiene, cura, reconcilia, da vida. Llenos del Espíritu, aquellos primeros discípulos salieron de Jesús y, con el tiempo, llegaron a las tierras más lejanas. Portaban un mensaje de esperanza: Dios nos ha salvado en Cristo, su Hijo, su testigo, la encarnación de su amor. En él nos ha manifestado su inmenso amor para con nosotros. Ese amor es tan grande que es capaz de vencer la muerte.
Hoy, aquí y ahora, hay que comenzar a construir un reino de fraternidad donde nadie puede ni debe ser excluido. Esa es la voluntad de Dios y no otra.
(En Misión Joven, nº 364)