domingo, 14 de junio de 2009

EL MEJOR REGALO

Lectura del santo evangelio según san Marcos (14,12-16.22-26)
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

Cada vez que los discípulos se juntaban, les gustaba compartir el pan y el vino y repetir aquellas palabras de Jesús. El pan y el vino adquirían una nueva dimensión y un nuevo significado. Jesús y su Reino se hacían presentes en medio de ellos. Hacer memoria de aquella última cena les daba fuerzas y les hacía sentirse comprometidos para anunciar la buena nueva del Reino a todos los hombres y mujeres de su mundo. Les forzaba a trabajar por un mundo más justo y más humano, más hermano y más solidario. Daban gracias juntos, compartían su fe, escuchaban la Palabra, compartían el pan y el vino. Lo hacían en la intimidad de sus casas, en pequeñas reuniones de creyentes. Era la celebración central de su fe.

Hoy seguimos celebrando la Eucaristía. Escuchamos la Palabra, compartimos la fe, comulgamos el Pan y el Vino, hacemos memoria de Jesús Resucitado. Y salimos a la calle a seguir celebrando la Eucaristía con todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. A compartir con ellos el pan y el vino de la vida diaria, de la justicia, del perdón, de la reconciliación, de la fraternidad. A tender la mano al hermano y cerrar el círculo del Reino, de los Hijos e Hijas de Dios, en donde nadie está excluido y todos son acogidos en el amor y la misericordia de Dios Padre.

Hoy la Eucaristía sigue siendo promesa de vida, fuente de esperanza, lugar de fraternidad, encuentro con Jesús y tantas otras cosas más, que nos hacen vivir en plenitud y ser más felices.

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