sábado, 27 de junio de 2009

¿QUIÉN ME HA TOCADO?


Lectura del santo Evangelio según san Marcos (5,21-43)
En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.» Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda, su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que, había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio le la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿quién me ha tocado?"»Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?» Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).»La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Jesús vuelve a la ribera galilea que había sido espacio de llamadas, curaciones y parábolas. Entre los paganos, la opresión tenía rostro de hombre y signos de violencia externa. Aquí aparece vinculada a un hombre y a dos mujeres, con rasgos de violencia personal y familiar muy honda: una de ellas es joven, y parece que no tiene más remedio que morir, habiendo cumplido doce años (al hacerse mayor); la otra es ya madura, lleva doce años de mal flujo de sangre. Ambas están vinculadas por una misma enfermedad: son signo de impotencia de un pueblo dominado por varones .
Jesús las cura, es decir, las reconoce como personas, pero no para que vuelvan al mundo antiguo de varones dominantes, sino para iniciar a su lado un camino de humanización evangélica (de iglesia) donde merece la pena crecer, ser mujer, realizarse en familia.
Jesús adoptó ante las mujeres una postura tan sorprendente que desconcertó, incluso, a sus mismos discípulos.En aquella sociedad judía donde el varón daba gracias a Dios cada día por no haber nacido mujer, no era fácil entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y mujeres en la nueva comunidad.Si algo se desprende con claridad de actitud es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal, sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.

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