lunes, 24 de febrero de 2014

BEATA PIEDAD DE LA CRUZ


Para Madre Piedad, Dios no es el ser lejano, situado más allá de las estrellas, que creó un día el mundo y le dejó rodar hasta resquebrajarse y escindirse en mil pedazos.  Para ella es el Dios cercano, que se inclina sobre cada hombre, sobre cada mujer para llamarles por sus nombres y hacer en ellos una elección de amor:
                        “Dios os ha escogido para que le entreguéis el corazón” 
            Estas palabras son el eco de las palabras Bíblicas del Profeta Isaías, Cap. 43
                        “Vosotros sois mis testigos a quienes elegí para que me conozca… no hay entre vosotros ningún extraño”
            Madre Piedad estaba segura de esta llamada, de esta elección pero estaba segura también de que el Padre cuidaba de sus Hijas.

“Desde que viniste al mundo hasta la hora presente no ha cesado el Señor e tener cuidado de ti en todas tus necesidades” .
La Fundadora había comprendido que el Padre buscaba colaboradores para realizar su plan de amor sobre los elegidos y que precisamente había pedido su propia colaboración confiándole las elegidas.  Por eso repetía infinidad de veces:
 “Ten Misericordia de mí y de estas mis Hijas que me has confiado.” (1)
            El deseo de Madre Piedad se había confundido con el Plan del Padre: la santificación de las elegidas:
“Deseo que todas las que te dignes enviar a tu pequeña porción sean tuyas en la tierra y en el cielo” (2)
            Más porque sabía muy bien que la santidad no podía venir de su mano de mujer sino de la del Padre, aconsejaba frecuentemente a sus Hijas.
                        “Orar para que el Señor me haga Santa”
                        “Que el Señor nos haga Santas a todas” (3)
            Estaba claro, para Madre Piedad, Dios era el Padre de la Congregación de sus Salesianas.  El las había elegido, El se las había confiado.  El colaboraba en las maravillas obra de la santificación de las almas.  Estaba siempre pendiente de Él, porque habiendo experimentado en lo más intimo de su espíritu toda su pequeñez humana, creía que sin el Padre ella nada podría hacer.  Cada día renovaba su con consagración  El camino era largo, la perseverancia ininterrumpida difícil, casi imposible.  Ella pedía fuerza para cantar en cada una de sus acciones la gloria del Padre:
                        “Ayúdame en mi buen intento, en tu santo servicio”

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