sábado, 4 de octubre de 2008

¿A QUIÉN SE CONFIARÁ LA SEMILLA DEL REINO?


Del Evangelio según S. Mateo 21, 33-43
"En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: —«Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndoles: “Tendrán respeto a mi hijo.” Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.” Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Le contestaron: — «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.» Y Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»


“Una historia de amor rechazado y no correspondido” sería el título que resume esta parábola, La segunda de Jesús en el debate con las autoridades religiosas del templo y tiene una fuerza insuperable. Jesús de injusticia y desengaño.
Leída hoy, la parábola da pie a una seria y comprometida reflexión sobre la responsabilidad de cada generación y de cada individuo ante la historia. Dios no prescinde del hombre para salvar a los hombres. Pero aquellos a los que ha elegido como instrumentos de su quehacer, por ser humanos, pueden fallar y poner así en peligro ese designio, en cuyo caso sólo le queda apartarlos y entregar la misión a otros que respondan mejor a lo que se les encomienda.
La Iglesia tiene una responsabilidad en cada etapa histórica de cara a sus contemporáneos. Esta es la misión de la Iglesia y de cada uno de los creyentes y no creo exagerar diciendo que es la misión de todo ser humano, pues, al mundo venimos porque nos tocó en suerte, pero, una vez en él, estamos para algo. Es ese algo lo que da sentido a la vida y hace al hombre feliz. Sin ello viene el vacío, el absurdo, el sinsentido del que sólo se escapa con la muerte o refugiándose en paraísos artificiales que, al desvanecerse, aumentan el dolor del espíritu. Al final todo se resuelve en una cosa: saber para qué hemos nacido y emplearnos a fondo en ello. Lo demás es correr detrás del viento. Hoy se dirigen a nosotros. Y nos llaman a ser responsables. Se nos ha entregado un tesoro y debemos cuidar de él. Ese tesoro produce la paz –tres veces se repite “paz” en la segunda lectura– y la justicia. Y ese tesoro no es para nosotros sino para el mundo. Nosotros somos depositarios y portadores. ¡Adelante!

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