sábado, 9 de enero de 2010

Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,15-16.21-22):
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.» En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.»
Todos los bautizados hemos entrado con Cristo en el agua y somos enviados a continuar su tarea.
¿Qué supone nuestro bautismo? ¿Cómo lo vivimos?
En el bautismo fuimos incorporados a Cristo, como los sarmientos a la vid, y ungidos con el crisma de la salvación para ser sacerdotes de un culto nuevo: la entrega gratuita a los demás; profetas de la esperanza, que anuncian el reino y denuncian cuanto lo impide; y reyes, señores de la libertad para amar y servir. Con el Espíritu recibido, podemos “sentir” al Padre: “tú eres mi hijo”. La Eucaristía es el culmen de la unción bautismal. Nos hace cuerpo de Cristo y nos compromete a vivir el amor de hijos y el servicio de hermanos.
El bautismo nos hace a todos testigos y enviados. Somos nosotros la Iglesia; no sólo los sacerdotes, religiosos y obispos. Todos los bautizados hemos sido constituidos testigos y misioneros del Evangelio, transmisores de la fe.
Celebremos el bautismo del Señor y reconozcamos en Cristo al enviado del Padre como salvador y como Mesías, como hijo muy amado, en la fiesta de su bautismo.

No hay comentarios: