sábado, 22 de agosto de 2009

SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS?...

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69)
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»Simon Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Hay un antes y un después para Jesús y sus seguidores. Antes eran muchos los que le seguían. Quizá porque habían comido hasta hartarse pero nada más. En adelante, el grupo de los discípulos se hace más pequeño, se reduce. Son los pocos que con Simón Pedro sienten que Jesús tiene palabras de vida eterna, que vale la pena dejarlo todo, que no hay que dejarse envolver en problemas urgentes pero no demasiado importantes. Se dan cuenta de que en su respuesta a Jesús se están jugando la vida en su sentido más pleno. Es la Vida que Dios regala en su amor. Es la Vida que hay que llevar a toda la humanidad porque la voluntad de Dios no es otra sino que vivamos en fraternidad y justicia, como hijos e hijas suyos, como hermanos y hermanas.
Hoy nos toca a nosotros dar una respuesta. Podemos repetir muchas veces las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios”. Pero lo importante no es decirlas con los labios sino pronunciarlas desde lo más hondo de nuestro corazón y nuestra mente. No queremos ir a ningún otro lugar porque en ninguno de esos lugares encontraríamos la vida que encontramos siguiendo a Jesús. Y esa vida se realiza aquí y ahora en los caminos y calles de nuestro mundo cada vez que hacemos fraternidad, que respetamos a todos en su dignidad plena de hijos de Dios, como dice la segunda lectura, que extendemos la mano al hermano, que sentimos a los otros miembros de una única familia, la familia de Dios.

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