sábado, 17 de abril de 2010

VIVIR ENAMORADO


Lectura del santo evangelio según san Juan 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: - «Me voy a pescar.» Ellos contestan: - «Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: - «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: - «No.» Él les dice: - «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. » La echaron, y no teman fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: - «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: - «Traed de los peces que acabáis de coger.» Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: - «Vamos, almorzad,» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
El canadiense B. Lonergan ha sido el último teólogo que ha recordado demanera penetrante que «creer es estar enamorado de Dios». ¿Qué puede pensar hoy alguien que escuche esta afirmación? Por lo general, los teólogos no hablan de estas cosas, ni los predicadores se detienen en sentimentalismos de este género. Y, sin embargo, ¿qué otra cosa puede ser confiarse a un Dios que es sólo Amor? Nada nos acerca con más verdad al núcleo de la fe cristiana que la experiencia del enamoramiento. La idea no es la «genialidad» de un teólogo piadoso, sino la tradición constante de la teología mística que arranca del cuarto evangelio: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo:permaneced en mi amor». El enamoramiento es, probablemente, la experiencia cumbre de la existencia humana. Nada hay más gozoso. Nada llena tanto el corazón. Nada libera con más fuerza de la soledad y del egoísmo. Nada ilumina y potencia con más plenitud la vida. Los místicos lo saben. Por eso, cuando hablan de su fe y entrega a Dios, se expresan como los enamorados. Se sienten tan atraídos por Él que Dios comienza a ser el centro de su vida. Lo mismo que el enamorado llega a vivir de alguna manera en la persona amada, así les sucede a ellos. No sabrían vivir sin Dios. Él llena su vida de alegría y de luz. Sin Él les invadiría la tristeza y la pena. Nada ni nadie podría llenar el vacío de su corazón. Alguien podría pensar que todo esto es para personas especialmente dotadas para vivir el misterio de Dios. En realidad, estos creyentes enamorados de Dios nos están diciendo hacia dónde apunta la verdadera fe. Ser creyenteno es vivir «sometido» a Dios y a sus mandatos. Antes que nada, es vivir«enamorado» de Dios. Para el enamorado no es ningún peso recordar a la persona amada, sintonizar con ella, corresponder a sus deseos. Para el creyente enamorado de Dios no es ninguna carga estar en silencio ante él, acogerlo en oración, escuchar su voluntad, vivir de su Espíritu. Aunque lo olvidemos una y otra vez, la religión no es obligación, es enamoramiento.En este contexto la escena evangélica del cuarto evangelio cobra una hondura especial. La pregunta de Jesús a Pedro es decisiva: «Simón, hijode Juan, ¿me quieres?» La respuesta de Pedro es conmovedora: «Señor, tú lo conoces todo, tú sabes que te quiero».
(J. A. PAGOLA)

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