viernes, 7 de noviembre de 2008

MANTENED LA LÁMPARA ENCEDIDA


Lectura del santo evangelio según san Juan 2, 13-22

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo habla dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.


En nuestras iglesias, por pobres que sean, podemos caer en la tentación de intentar hacer negocio con Dios, de mercadear la salvación o el perdón de nuestros pecados, de ofrecer nuestros sacrificios y nuestras devociones como una forma de “comprar” a Dios la salvación que necesitamos, o la curación de una enfermedad, o la solución de un problema, o... tantas otras cosas que podemos utilizar como objeto de nuestras necesidades.
Entonces no vemos a Jesús que se vuelve a nosotros, armado con sus cordeles, y nos grita que estamos convirtiendo la casa de su Padre en un mercado. Y lo peor de todo, nos grita, es que somos tontos, porque estamos intentando comprar lo que es gratis, lo que se nos ofrece gratis como puro fruto del amor de Dios, que se ha manifestado a nosotros en su hijo Jesús. O quizá es que estemos tan acostumbrados a vivir en un mundo donde todo se compra y se vende, donde todo tiene un precio, que creemos que nuestra relación con Dios también se basa en el mismo principio del mercado.

Adorar en el Espíritu es adorar en la Verdad, que es “la revelación del Padre en su Hijo”.Los adoradores que quiere el Padre no son los que prescinden del rito, sino los que están decididos a escuchar y “hacer presente” su Palabra. Esto es la “casa de Dios”; el verdadero templo, el corazón de las personas, piedras vivas. De ahí la hondura de la festividad de hoy.

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