jueves, 8 de diciembre de 2011

MARÍA INMACULADA, LUZ DE ESPERANZA

Bendito eres, Señor,
porque has hecho bendita entre todas la mujeres
a María, madre de tu Hijo y madre nuestra.
En esta fiesta de María queremos alabarte y bendecirte
porque nos has entregado a tu Hijo,
a través de la encarnación, haciéndolo como nosotros.
Así como la venida de tu Mesías
es la fuente de nuestro júbilo y de nuestra esperanza,
así también el gesto de María,
disponible y obediente a recibir con fe la Palabra divina
en su venida sobre la tierra, nos llena de alegría.
Sabemos, Padre, que la acogida que, en su seno,
reservó María al Verbo hecho carne
fue resultado de un acto de fe profunda.
Por eso abrió la puerta de este mundo
al Mesías liberador.
Pero también sabemos que todos estos gestos suyos,
toda su vida, fue un don maravilloso
que Tú hiciste al género humano,
preparando el camino de la otra donación,
única y definitiva, que estabas gestando:
tu propio Hijo unigénito.
Eres grande y generoso, Señor,
porque has querido que una mujer
fuese la primera creyente en tu Palabra santa,
cuando se iba a encarnar en nuestra naturaleza humana.
Ante este actuar tuyo, tan distinto del nuestro,
no podemos sino repetir las palabras de María:
nuestra alma engrandece al Señor
y nuestro espíritu se alegra en Dios nuestro Salvador,
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava.

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